Un sistema complejo es un conjunto de partes conectadas y entrelazadas que generan propiedades adicionales a las de cada una de sus elementos por separado; propiedades que se llaman «emergentes» y que por tanto no se pueden anticipar antes de la conexión de las partes que forman el sistema. A diferencia de otros sistemas, en los que se puede conocer el funcionamiento del conjunto a priori por el estudio individual de sus partes, los sistemas complejos generan información adicional que sólo puede analizarse con el conjunto unido.

Esta definición de sistema complejo también se utiliza en biología cuando se habla de la complejidad biológica en referencia a la evolución de los seres vivos. En ese caso, su existencia se puede mirar desde dos perspectivas: la creacionista o la evolutiva, y aun en cada una de las corrientes se puede profundizar mucho, pero no es el objetivo de esta reflexión.

En una teoría sobre la evolución biológica desarrollada por Stuart Kauffman, se determina que cuando los sistemas se desplazan hacia una  menor entropía (mayor orden) y buscan un grado más de complejidad, lo hacen dentro de los límites posibles de su entorno y según su potencial. Es el llamado adyacente posible.

Aun más interesante es que si se entiende el adyacente posible como un universo de futuros posibles para cada presente, es un universo cuyos límites se expanden progresivamente con con cada uno de los pasos evolutivos que se dan, haciendo que desde un mismo punto de partida se puedan obtener sistemas complejos muy diferentes.

La idea del adyacente posible se puede transportar al mundo de la innovación y la creación, en cualquiera de sus ámbitos. La primera búsqueda que hice de esto me llevó un genial artículo llamado «The Genius of the Tinkerer» por Steven Johnson que ya trata este tema y sirve como referencia para lo que aquí trato de explicar.

La evolución de un producto, servicio o tecnología nueva es la concatenación de varios pasos en los que para cada uno de ellos, sólo es posible avanzar dentro de su universo posible. Ese universo de posibilidades abarca todos aquellos elementos relacionados y no relacionados con características parecidas o distintas. Lo importante es que al recombinar esos elementos se generan propiedades nuevas y más complejas.

Otra de las grandes referencias que explican esto, es la serie de documentales (4 capítulos cortos) donde se explora la originalidad de las ideas y se explican con ejemplos reales lo que yo entiendo por innovación adyacente. Una serie publicada en Vimeo por Kirby Ferguson llamada «Eveything is a remix« que recomiendo ver a cualquiera que se haya planteado esto alguna vez.

A pesar de que muchas veces se idealiza un producto como una disrupción, sólo es posible la innovación basada en el adyacente posible. Serán el impacto en el mercado y la cercanía temporal en siguientes evoluciones las que determinarán si hablamos de disrupción o de innovación incremental.

La disrupción se produce al alcanzar con un adyacente posible gran parte de su potencial (mercado en este caso), provocando que el siguiente paso surja en puntos diversos de su universo de nuevas posibilidades y en ventanas de tiempo cada vez menores. De esta forma se aumenta exponencialmente el impacto de un cambio en el punto original, es decir, un cambio acelera el siguiente e impacta más que el anterior, y detona una reacción en cadena que termina en un resultado que es el que finalmente admiramos.

En ningún caso debemos entender la innovación o la disrupción como una creación de algo totalmente nuevo y sin antecedentes, casi mágica; sino como el resultado de una combinación de factores que tiene un resultado real y cambia el estatus quo.

Recordando aquella paradoja del árbol que cae y no hace ruido si nadie lo escucha, solo es innovación si tiene un mercado que lo acepta, como dice Marc Vidal. Y es que en el mundo hay grandes ideas que por muchas razones nunca tienen un impacto real o inmediato. Sin embargo, aunque no se las considere innovación porque «nadie las escucha», sin duda son factores que permiten que un día formen parte de la perseguida disrupción, en otro tiempo quizá, donde el mercado sí esté preparado o se aporten elementos claves para lograr el impacto buscado.

Toda esta reflexión casi filosófica nace de los cada vez más frecuentes eslóganes de compañías que banalizan la idea de innovación y la ponen al nivel de una visión u objetivo, cuando al igual que la tecnología, sólo debe buscar mejorar los problemas y cubrir de mejor manera las necesidades que tenemos. La tecnología no es un objetivo, ni tampoco la innovación; pero a través de ellos debemos lograr hacer más cosas, mejor y más rápido.

La innovación debe buscar esas propiedades adicionales más allá de las que los elementos individuales preexistentes aportarían por sí solas. Explorar todo nuestro universo de adyacentes posibles para encontrar el camino hacia sistemas más complejos, que dotan a nuestra creación de mucho más valor y nos hacen avanzar más rápido hacia el objetivo que tengamos planteado.

 

#ElAdyacentePosible

 

 

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